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Por: Rubén David Salas Arias

El ser como entidad consciente en condición de arrojo a un espacio-tiempo existe desde múltiples dimensiones de vida, entre las cuales media la forma en la cual (auto)gestiona y se relaciona con su entorno. Esto implica que la existencia no es pasiva, todo lo contrario, es un ejercicio dinámico que comprende un modo práctico y fluido de vivir a partir de las posibilidades para elegir y formar la realidad.

En esa forma pragmática de vivir, el ser ocupa herramientas que encuentra en su entorno, las cuales funcionan como útiles sin fundamento teórico explícito para alcanzar sus metas. Es extraño que el ser se detenga a pensar el por qué de sus herramientas, más bien se enfrenta a ellas y las engrana en un conjunto de cosas que componen un sentido. Esas herramientas no permiten simplemente proyectar las posibilidades, más bien configurarlas. Sin embargo, dentro de ese proceso queda la posibilidad que da paso a la conciencia del tiempo: la muerte.

Sin ánimo de perder el sentido de lo que significa existir a partir de la no posibilidad de ser, la muerte moldea parte de lo deseado, porque evidencia la vulnerabilidad de una consciencia de ser, la cual pasa por múltiples momentos posibles y se relaciona con las cosas y otros. Evidenciando al ser la posibilidad de hallarse incompleto, y en ese encuentro con la nada no sea siempre el mismo y vague buscando qué hacer con su existir sin llegar a cumplir ese fin: deseando hasta el infinito.

Ahora bien, bajo un contexto social dado, en el proceso de (auto)gestión del entorno y la continua búsqueda de suplir el deseo con los útiles que encuentra a la mano, encuentra que los objetos usados para mediar el proceso de suplir necesidades tienen valor debido a una actividad intrínsecamente humana. En la cual, se traspasó la noción de trabajo a objetos de valor económico, subordinados a la acumulación de capital.

Teniendo presente que el objetivo es la acumulación de capital -el cual puede tomar múltiples formas: físico, humano, social, natural, entre otros-, el ser humano sobrevive en la medida en que alcanza a suplir ese anhelo. Por ello, es importante pensar en el ser y su relación con el tiempo, en especial, porque hay una consciencia de existencia que se encarga de tomar decisiones intertemporales mediando la posibilidad de no ser y construyendo la realidad a partir de la economía.

En este proceso de introspección sobre las decisiones que se toman en función del deseo, lo “racional” estaría en obrar para que la acumulación de capital sea la más óptima. Esto implicaría el conocimiento de la interacción socioeconómica que sucede en los mercados en los cuales se transan los objetos con valor económico usados para suplir deseos -posibilidad para pocos-. Sin embargo, si no se cuenta con la intencionalidad de existir y la información suficiente, la toma de decisiones intertemporales se nubla por la incertidumbre, generando angustia y opacando las determinaciones. Llevando al ser a un estado de pasividad voluntaria en el cual, “el mundo” le arrebata la libertad y lo somete a la servidumbre y al deseo de la represión. Pese a ello, queda la posibilidad para realizar un esfuerzo importante, y tomar la decisión de agarrar la vida con las manos y emprender en la tarea de vivir auténticamente. Resistiendo a la facilidad de la existencia. Reconociendo que la vida es un proceso de tiempo el cual requiere de un ejercicio de reflexión -conciencia de ser- en los múltiples momentos de vida, comprendiendo el sentido de las cosas y de la existencia. Transformando la realidad en un espacio-tiempo (auto)gestionado para vivir en plenitud.